Éramos de este mundo
de agua silenciosa y
noches desconocidas.
Buscadores sin posada,
viajeros sin soles propios.
Aun así estábamos
en este mundo
que se acaba y
nos traga;
que tensa, quiebra, sacude
esos hilos
capaces de mantener
una ilusoria realidad.
Ahora no pertenecemos,
detrás de los ojos cerrados
nos sumergimos.
Y algo brilla en la oscuridad,
mientras vencemos
lo más nuestro y sagrado.
Algo se prende: una chispa,
una llama, un fuego, tal vez.
Pero se muestra eterno,
nace en las profundidades
e ilumina el negado arcaísmo.
Ahora,
colmados del éxtasis de la falsa identidad,
sabemos que no somos de este mundo
y que sólo estamos de paso.
Por: Gaia
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