lunes, 11 de enero de 2010

Éramos de este mundo

de agua silenciosa y

noches desconocidas.

Buscadores sin posada,

viajeros sin soles propios.

Aun así estábamos

en este mundo

que se acaba y

nos traga;

que tensa, quiebra, sacude

esos hilos

capaces de mantener

una ilusoria realidad.

Ahora no pertenecemos,

detrás de los ojos cerrados

nos sumergimos.

Y algo brilla en la oscuridad,

mientras vencemos

lo más nuestro y sagrado.

Algo se prende: una chispa,

una llama, un fuego, tal vez.

Pero se muestra eterno,

nace en las profundidades

e ilumina el negado arcaísmo.

Ahora,

colmados del éxtasis de la falsa identidad,

sabemos que no somos de este mundo

y que sólo estamos de paso.


Por: Gaia

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